Entre guitarras polvorientas y una voz que parece haber vivido cada verso, la letra navega esa delgada línea entre soltar el control y aferrarse a lo único que queda: una botella, una plegaria, un volante. No se trata de un grito de ayuda ni de una rendición total, sino de un momento suspendido en donde el dolor, el humor y la fe se mezclan como el hielo en un vaso a medio llenar.
Claro que hay algo profundamente humano en esa entrega, es como un grito cantado de "yo me encargo del desastre, tú encárgate del resto". Esta canción busca darte compañía en la caída, y eso hará... nunca se irá de tu lado ni de tu mente.
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