Ésta nueva entrega de Kai Bosch, es brillante, emocional y necesaria. El artista nos presenta un escapismo pop como una herramienta de sanación, en donde se reapropió de su voz y identidad y libertad creativa. Tienes que darle (al menos) una escuchada a ésta pieza que pone en escena la fragilidad detrás del glamour.
Se siente como una liberación llena de brillos. Es un himno pop expansivo y autoconsciente. Una fantasía sonora brillante y vulnerable; y más que una canción escapista y con estilo, es sobre todo un acto de austosalvación, y el artista lo logró sin caer en la autocompasión, sino que más bien, lo convirtió en arte con ironía, fuerza y una realidad que duele pero que alivia al mismo tiempo.
Musicalmente es una producción maximalista, llena de sintetizadores que brillan y estallan, beats sutiles pero potentes y sobre todo, un tono pegadizo, que podrían interpretarse como lo artificial que se expone ante la realidad. Los sonidos sin duda remiten a escenarios fantasiosos de luces de neón en un espacio de reencuentro con uno mismo y la aceptación de que ser humano no es sinónimo ni nada parecido a ser perfecto.
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